Repitiendo con tres actores del elenco de su anterior película «Los siete magníficos» (Steve McQueen, Charles Bronson y James Coburn), en el año 1963 John Sturges dirigió el film «La gran evasión», basada en una novela de Paul Brickhill. Esta producción es el clásico por antonomasia del cine bélico, que nos ha dejado en la retina y en la hemeroteca visual algunas de las escenas más icónicas del cine de todos los tiempos.
Lo mires por donde lo mires, se trata de un film fabuloso, es divertido, tiene intriga, actores fantásticos, y es tan emocionante al verlo hoy en día como cuando se estrenó.
No creo que existan muchas personas que no la hayan visto y que no conozcan la trama. Un grupo de prisioneros británicos y estadounidenses, los ases de la fuga en la Alemania nazi, son recluidos en un campo de concentración, donde son reunidas «todas las manzanas podridas en el mismo cesto». Con una organización que para sí quisieran muchas entidades de la sociedad, este grupo de elementos construye tres túneles (que llaman Tom, Dick y Harry) con el objeto de poner en práctica una fuga masiva, de cuantas más personas mejor. Los dos cerebros de la operación son interpretados por Richard Attenborough y Gordon Jackson. Pero quien cava los túneles es Charles Bronson, encarnando a un oficial que padece claustrofobia, y que las pasa canutas con los derrumbamientos que a veces se producen. Los demás personajes son Donald Pleasance, el falsificador cuya visión se va deteriorando; James Garner, el astuto proveedor que emplea todas sus artes en conseguir todo el material y suministros necesarios para la empresa, y cómo no, el carismático Steve McQueen, al que bautizan como «el rey del calabozo» sus compañeros, y que es utilizado como «liebre» de la fuga, siendo recapturado siempre. Un argumento extraordinario, aderezado con una fantástica banda sonora, a cargo de Elmer Bernstein.
Pero si hay un personaje que me parece entrañable en esta película, ése es sin duda el ingenioso falsificador, interpretado por Donald Pleasance. En particular, por dos aspectos de su personalidad que me cautivan. En una secuencia aparece jugando distendidamente al ajedrez con el proveedor James Garner, mientras toman el té. Y en otra secuencia, en realidad mi secuencia favorita de todo el film, explica a sus compañeros prisioneros, reunidos todos en uno de los barracones, la biología, canto y costumbres del pájaro verdugo, con un fabuloso dibujo del ave como fondo en una pizarra. Se trata de un versado ornitólogo, que disecciona con habilidad la especie Lanius Nubicus (alcaudón núbico), una ave de la familia Laniidae, que recibe su mote de pájaro verdugo por su fea costumbre de empalar a sus presas en espinos, y en alambres u otra suerte de elementos punzantes. Esta costumbre en la familia de los alcaudones se debe a que son aves de potentes garras y pico, pero que no ostentan el poderío de aves mayores (como las aves rapaces), y que clavan a la presa en el pincho para poder desgarrarla, aprovechando para almacenar en él una despensa para el crudo invierno. En la península ibérica existen cuatro especies de alcaudones: el dorsirrojo, el real, el común y el chico. Son aves bonitas, que cada vez escasean más. En cualquier caso, esta secuencia de la clase de dibujo y ornitología que ejecuta el falsificador, le da un toque de encanto a la película, y ejemplifica la afición tan inglesa por las aves de jardín, que el hermano del actor Richard Attenborough, David, supo transmitir en los estupendos documentales de ornitología de la BBC. Comparto la susodicha secuencia en video.