Yo confieso que
no quiero escribir algo bello.
Yo sólo quiero escribir algo sincero.
Podría armarme con tu hermosura
absorbiéndote con la mirada quieta
y absorbiendo el mundo
y decir por ejemplo
que el niño ha sonreído
o que el río se entumece
tras las lágrimas de Dios
o que el alcaudón corteja
con natural fruición a la hembra
y ambos son dichosos.
Y podría decir que el agua
susurra la historia del arroyo
y de los hombres.
Y que las montañas han vivido
el escalofrío y el temblor
del continente.
Podría decir que te he visto
llorar en abril
o que el mar transporta
la sabiduría de los pueblos,
y que el petirrojo abandera
con su egoísmo este margen
del bosque al atardecer.
También podría decir
que eres hija de la misma
Madre que trae cada hombre
y cada pájaro y cada flor,
y que te hizo bella y buena
como todo lo que ella
decide.
Y que una yerta rama invernal
parirá la misma vida
que conmueve al mendigo
y al terrateniente.
O que cuando callas
tienes el poder de hacer
llorar a un noble.
Y que el Cielo aguarda
a los hombres buenos.
Pero todo ello sería incierto.
Y sólo bastarían dos líneas
que dijesen que si tú quisieras
te amaría hasta el último
de mis estertores.
© El rostro sagrado, SergeantAlaric, 2012.